Les voy a contar mi historia y cómo de un pronto a otro la vida se me fue derrumbando y lo que me costó ponerme en pie por tantos altibajos. La vivencia que les quiero narrar es de mi sobrino Sebastián, casi un hijo para mí. Todo estaba bien en sus primeros años, yo lo crie y me hice cargo de él siendo apenas una adolescente, sin embargo, un día empezó a ponerse mal, a descomponerse, le aparecían moretones, sangrados nasales. Le hacían exámenes, pero todo indicaba que estaba bien. Un día se descompuso y se puso tan mal que lo internaron y le declararon leucemia linfática. Ese día empezó la pesadilla, iniciaron las transfusiones, las quimioterapias, las radioterapias, los exámenes a cada rato, los vómitos, se descomponía muy frecuentemente, el pelo se fue cayendo y su piel lucía con mucha palidez. Luego llegó lo que tanto temía, nadie sabe lo que era salir corriendo y tener que ver por una enfermedad tan agresiva, más en un niño de 5 años. Yo solo pensaba cómo le voy a decir que está enfermo, que tiene cáncer… solo Dios nos ayudó en ese momento, le rogaba: “Dios mío, ayúdame a soportar esto, por favor te lo pido, es muy duro, no me lo quites tan rápido”. Pasaron los días y él se veía cada vez más débil y yo más depresiva, pues lloraba constantemente y eso fue lo que me llevó a adelgazar tanto que casi me muero. El hermano me ayudaba en lo económico, pero en la salud yo era la única que estaba con él y nadie se imagina lo que yo sufría, todo lo que soportaba para que él no me viera en ese estado. Le seguía rogando a Dios que me ayudara y lo sanara… me preguntaba por qué él con apenas 5 años… ya no aguantaba más verlo así. El Hospital de Niños me dijo que después de 4 años necesitaríamos un trasplante de médula ósea, era la única cura. Un día llegó un donante y yo creía dentro de mí que era la salida, la cura del cáncer. Días después hicieron un examen para ver si el donador era compatible; sí lo fue y llegó el momento de la donación de médula ósea. Todo surgía bien y todo parecía ir perfecto. Pedí dos semanas en el colegio ya que tenía que cuidar a mi sobrino, eso fue a inicios de este año (2022). Después de la operación, le hicieron un TAC y una resonancia magnética y entonces la donación no ayudó en nada, era como si no la hubieran hecho. Sebastián seguía igual, volvió a recaer… yo me sentía tan mal pues todo tenía que digerirlo sola y un día me fui a hablar con el profe Luis Diego de Matemática y él empezó a aconsejarme, a darme ánimos, de hecho yo le dije un día que no quería volver al colegio, que quería dejar todo botado, pero me decía que jamás hiciera eso, que yo tenía que sacar el colegio pues algún día me quería ver con el Bachillerato en la mano, que si yo necesitaba hablar con alguien o desahogarme que él siempre iba a estar ahí y que lo podía buscar cuando quisiera mientras pudiera. Él fue una de las pocas personas que en realidad me ayudaron, aconsejaron, apoyaron y tendieron la mano cuando más lo necesitaba y siempre le voy a vivir agradecida por ello. Un día le dije que es una de las pocas personas que defiendo de ese colegio y siempre le voy a vivir agradecida toda mi vida por tratar de ayudarme siempre y también a la profesora Ana Grace; ella siempre me daba ese apoyo que solo yo sé lo que lograron calar en mí. Nadie sabe lo devastada y lo depresiva que yo iba al colegio, pero ellos son unos grandes profesores en todo el sentido de la palabra. Pasaron los días y en agosto me llamaron de Cuidados Paliativos del Hospital de Niños y me dijeron que lo sentían mucho, pero por Sebastián ya no pueden hacer más porque los tratamientos, la quimioterapia, las transfusiones, nada estaba funcionando. Él estaba en la etapa terminal… Yo en ese preciso momento sentí una espada que me traspasó de lado a lado y yo les dije: “ustedes no me pueden decir eso, he luchado por Sebastián día a día, él no se me puede ir denme una explicación por favor” y me dice la oncóloga: “Nataly vaya despidiéndose de él y dele lo último para que tenga una muerte digna y en paz, lo sentimos… Tiene todo nuestro apoyo, nosotros y la Teletón le vamos a ayudar mientras esté en nuestro alcance”. Inmediatamente, cuando salí de ahí hablé con el profe Luis Diego y le dije que mi sobrino estaba en cáncer terminal, él me trataba de dar ánimos y yo trataba de no pensar en eso, pero yo no quería que él se fuera de mi vida yo solo dije ese mismo instante: “Dios ayúdame a darle una buena muerte, pero no voy a mentir, no quiero que me lo quites, por qué me lo diste si me lo va vas a quitar”. Yo le imploraba a Dios y a la vida y no quería dejarlo ir, yo no quería que Dios se lo llevara, pero a la vez no quería verlo sufrir y yo le decía a Dios: “por qué duele tanto Dios mío, ayúdame a poder resistir este dolor tan fuerte, déjamelo que lo quiero a mi lado”. Yo miraba a Sebastián en esa cama sin ánimos de nada y él me decía que ya no aguantaba más el dolor, que él quería morir y yo no lo quería dejar ir, un niño de tan solo 10 años y solo quería morir porque él ya no aguantaba el dolor de cuerpo y de tanto tratamiento. Ese mismo día le dio otra recaída. Llegó mi mejor amigo y me dice despídase que él no pasa de